Damián y Dinorah Talen eran la pareja perfecta. O al menos, eso parecía. En la superficie habían tenido el matrimonio más dulce y envidiable del mundo, pero nadie sabía el oscuro secreto que ambos guardaban.

Habían crecido en la misma colonia, a sólo dos cuadras de distancia. Cuando Dinorah acompañaba a su mamá por el pan, siempre le pedía ir por el camino largo, el que pasaba por las canchas de fútbol holográfico, donde a veces veía a un chico alto y delgado de ojos misteriosos, que muchas veces era quien llevaba al equipo a la victoria. 

Su mamá le decía que sí sólo porque era el camino que tenía más sombra. A su mamá siempre le cansaba el sol, algo que a Dinorah se le hacía raro, pero los adultos siempre tienen enfermedades raras. A veces Dinorah recordaba las historias de su bisabuelo, que siempre le contaba historias de ‘los tiempos del cáncer’, una enfermedad silenciosa, traicionera y muchas veces letal. En los tiempos de su bisabuelo, el cáncer era prácticamente una maldición. Hoy era solamente un recuerdo muy lejano confinado a los museos digitales.

Cuando llegó el año 3032, Dinorah se graduó de la preparatoria, y sus papás le hicieron una fiesta a la que invitaron prácticamente a toda la colonia. Fue ahí donde lo vio de nuevo. Un chico delgado pero musculoso, todavía atlético. Los razgos de la niñez habían sido reemplazados por un porte apuesto y una mirada amable. 

Esa noche bailaron y platicaron durante toda la fiesta, y desde entonces fueron inseparables. Pasaron todo el verano viendo películas y jugando tennis multidimensional, que era el tennis que sus bisabuelos jugaban en canchas de arcilla bajo el sol, sólo que en línea y con un visor digital que les permitía estar en una cancha en medio del espacio, con múltiples contrincantes y varias pelotas en juego a la vez. 

Por las noches iban al teatro holográfico, donde compañías de teatro formadas por actores de todo el mundo representaban obras de teatro clásicas con un toque actual de humor en medio de escenarios de trescientos sesenta grados. La favorita de Dinorah era ‘Chicas Pesadas’, que vieron más de una vez, y la que Damián siempre elegía era ‘El prisionero de Azkaban’. Cuando los dementores volaban alrededor del público, Dinorah se acercaba a Damián, quien la cubría con los brazos para protegerla aunque el peligro no fuera real.

Una noche en la que Dinorah se había asustado más de la cuenta, Damián trataba de consolarla mientras iba a dejarla a su casa. El auto sabía la ruta y su computadora calculaba la velocidad óptima para un viaje seguro. Usar el volante no era necesario, y Damián tomó a su novia en los brazos y le dio un beso en la frente.

“Los monstruos no son reales, amor. Aunque lo fueran, no tienes de qué preocuparte. Siempre voy a estar aquí para protegerte”. 

Dinorah lo miró con ojos serios y con un silencio que Damián jamás había conocido en ella.  

“¿Y qué pasaría si el monstruo soy yo?”.

(Pausa)

Cuando el verano estaba por terminar, ambos estaban nerviosos por lo que les esperaba en la siguiente etapa de sus vidas.

“¿Y si nos mandan a academias separadas?”, preguntó Dinorah. “Tendremos especialidades diferentes y después nos mandarán a pelear en frentes lejanos uno de otro. Ya no podremos vernos”.

Lo que más le dolía a Damián no era lo inevitable de servir en el ejército y dejar de ver a su familia y amigos, sino la soledad en la que Dinorah se hundiría si estuviera lejos teniendo que guardar un enorme secreto. Así que se armó de valor y dijo:

“Cásate conmigo”.  

Dinorah se quedó callada, con ojos de sorpresa. “¿Qué?”. Fue lo único que alcanzó a decir.

“No te asustes. Sólo es una idea, pero piénsalo. Si nos casamos probablemente nos enviarán a la misma escuela, y si llegáramos a pelear en la guerra seguramente estaremos en el mismo pelotón. Ahora ya se permite hacer eso”, dijo Damián con esperanza en los ojos. 

“Pero… es que… ¿no te parece que es muy pronto?”, dijo Dinorah raspando las palmas de sus manos como si los nervios que la invadían estuvieran ahí pegados. 

“No hemos estado juntos tanto tiempo, pero yo siento que te conozco desde siempre. Tú sabes que mi familia es de las que siempre ha estado incompleta. Esa es la realidad de la guerra, huérfanos por doquier y un sentido del deber por encima de todo. Yo siempre quise tener una familia, y si nos casamos y además tenemos buen promedio en la academia, nos permitirán tenerla”.

El rostro de Dinorah se iluminó ante la idea de un bebé, y en un segundo corrió a abrazar a Damián.

La boda fue sencilla pero estuvo llena de regalos. Como siempre, asistió toda la colonia. Muchos de ellos juntaron sus créditos para comprar una cocina de comida deshidratada, un centro de lavado en seco y una estación de limpieza de rayos ultravioleta. Pero el regalo más especial fue el que les dieron los abuelos de Dinorah.

“¡Un libro de habilidades! Vaya, esto debió costarles una fortuna. Muchas gracias, pero de verdad no era necesario”, dijo Damián apenado y al mismo tiempo increíblemente honrado. Dinorah era de las pocas personas afortunadas en la Tierra cuyos abuelos vivían. Las enfermedades habían quedado atrás hacía mucho tiempo, pero la gente moría muy joven por la guerra. Los abuelos de Dinorah, en realidad toda su familia, había aceptado a Damián como un integrante más en el corto tiempo en que habían convivido. Por eso él sabía que juntar los créditos para ese libro debió haberles tomado años.

“Tonterías, somos familia. Además, este libro no es nuevo, y tampoco es exactamente de habilidades. Es una reliquia familiar que se ha ido pasando de generación en generación, y ahora es el turno de ustedes dos. Se puede usar dos veces más, lo que quiere decir que alcanzarás a usarlo tú, Damián, y el último turno será del bebé que llegue a esta nueva familia”, dijo el abuelo. “La única condición es que lo mantengas escondido de los militares. Si llegan a ver una reliquia como esta, te la quitarán”.

“¿Y qué pasará con Dinorah?”, preguntó Damián. 

“Por Dinorah no te preocupes, ella tiene sus propias habilidades”, respondió el abuelo sin más. 

(Pausa)

Pasaron los meses, y ambos fueron reclutados en la misma academia militar. La habilidad de Damián era controlar el fuego, aunque en ese momento se trataba de flamas muy pequeñas; y la habilidad de Dinorah era un tipo de telequinesis (mover las cosas con la mente) muy particular. Por el momento sólo podía levitarse a sí misma, como si estuviera volando en cámara lenta. Sería cuestión de que aprendiera a transferir ese poder a otras personas y objetos. 

Sin embargo eso fue suficiente para que tomaran algunas clases juntos y eventualmente fueran asignados al mismo pelotón. Los simulacros de combate eran bastante divertidos, y les recordaban los días del tennis digital en medio de los cinturones de Saturno, cuando la guerra se veía lejana todavía, como en otro universo.

Una noche, mientras todos dormían, la Tierra retumbó como en los tiempos de los sismos. Una luz verde se apoderó de la noche y comenzó a consumir todo a su paso entre edificios y soldados. Las alertas sonaron y todos los cadetes, sin importar el año que cursaran, subieron a sus naves y tomaron sus estaciones de batalla.

Habían hecho ese simulacro cientos de veces, pero esta vez la adrenalina corría por las venas de Damián tan rápido como el nitrógeno que alimentaba la nave en la que toda la unidad salía de la atmósfera de la Tierra. 

“¿Cuáles son nuestras órdenes?”, preguntó Dinorah en el intercomunicador.

“La nave Dalki que está disparando está apostada a unos cuantos parsecs de la atmósfera. Tenemos que cubrir a las naves de los rangos más altos mientras ellos tratan de penetrar los escudos y desarmar ese rayo destructor”. El comandante de la unidad, Jorge, era un chico de segundo año que a veces entrenaba con Damián y Dinorah. Ellos habían tratado de conseguirle a Jorge una novia más de una vez, pero sin éxito. “Da igual, si me voy a morir en la guerra”, había dicho Jorge, haciendo como que no le importaba. Dinorah deseaba con todas sus fuerzas que eso no fuera cierto, mientras escuchaba la voz de Jorge dando órdenes en el sistema de comunicación.

La nave estaba equipada con múltiples estaciones de disparo, que todos excepto Jorge y el piloto ocuparon para comenzar a destruir las naves Dalki más pequeñas que disparaban contra ellos. 

“¿Por qué estos extraterrestres no son de los amigables?”, bromeó Jorge mientras la nave esquivaba disparos enemigos y restos de otras naves. 

Dinorah respondió mientras su estación de disparo se movía en diferentes direcciones, con una puntería que muchos de sus compañeros siempre habían envidiado, incluso los de años más avanzados. Era como si Dinorah tuviera una visión de águila, pero una que podía volar y cazar de noche. 

“Desde que se inventaron los portales interdimensionales sólo habíamos encontrado extraterrestres amigables. Estadísticamente ya era hora de que alguno de esos portales nos llevara a mundos hostiles”.

Jorge balbuceó algo en el intercomunicador. Odiaba cuando Dinorah tenía razón. Damián soltó una pequeña risa mientras disparaba contra una nave Dalki que terminó estrellándose contra otra.

“¿Qué esperabas encontrar en esos portales interdimensionales, Jorge? ¿Ositos cariñositos?”, dijo Damián riendo mientras su estación se movía al perseguir una nave Dalki de izquierda a derecha. 

Pero el silencio que siguió terminó con los chistes del día. “Supongo que estamos a punto de averiguarlo. Acabamos de recibir órdenes de formar una unidad con otros cadetes de primero y segundo y entrar en el portal que nos llevará al planeta Dalki. Nuestra misión es cortar las comunicaciones que tienen los altos mandos Dalki con la nave que está disparando contra la Tierra”.

El silencio en la nave era tan denso que casi se podía tocar. [Pausa] Finalmente, Oscar, un chico de primero, dijo lo que todos estaban pensando. “¿Cómo se supone que hagamos eso? Los centros de mando pueden estar en cualquier lugar de su sistema estelar. En un planeta, en una nave, ¡estaremos buscando una aguja en un pajar!”.

“Tenemos un reporte de la unidad de inteligencia avanzada que nos podrá guiar casi hasta la puerta. Sólo tenemos que atravesarla”, dijo Jorge.

“Es una misión suicida”, dijo Enriqueta. “Somos de primer y segundo año, ¿cómo esperan que coordinemos un ataque de ese tipo?”.

“Justo por eso es que no nos verán venir. Nuestras naves son pequeñas, y si nos mantenemos alejados pero bien comunicados, tenemos una oportunidad de lograrlo. Además, toda la atención está aquí, en la Tierra. Nadie se dará cuenta si entramos por la puerta de atrás. ¡Vamos, chicos! ¿No quieren pasar a la historia? ¡Esta es la oportunidad! Vayan pensando en la recompensa que pedirán cuando regresemos victoriosos”.

La nave se acercó a otras cinco que habían sido seleccionadas para la misión, y juntas se dirigieron al portal interdimensional que los llevaría al sistema estelar Dalki. 

Cuando lo atravesaron, una luz morada les indicó que habían llegado. “Vaya, así que los ojos de los Dalki son del mismo color de su sol. ¿No les dará nostalgia verse unos a otros cuando están lejos?”, dijo Enriqueta. 

“Prepárense”, dijo Jorge. “Vamos a bajar al planeta principal”. De un gran estante, cada uno de los cadetes tomó un casco que encajaba perfectamente con el cuello de su uniforme. En la parte superior de cada casco transparente había un pequeño mecanismo que convertía las sustancias de atmósferas extraterrestres en oxígeno. 

“Estamos listos”, anunció Dinorah. Antes de bajar de la nave, Jorge los juntó a todos en un círculo. “Sé que esta misión es una locura”, dijo mientras miraba a cada uno a los ojos. “Pero por eso estoy seguro de que funcionará. Hagámoslo por todos los seres queridos que dejamos en la Tierra”.

(Pausa)

En la superficie del planeta principal Dalki, la unidad de Dinorah y Damián Talen caminaba sigilosamente entre plantas fluorescentes y cosas coloridas que ellos no entendían si eran piedras extrañas o pequeños animales que dormían. 

“Ahí está”, dijo Jorge. “La central de comunicación es ese edificio, y para desactivarla hay que llegar al piso 537. Nosotros nos quedaremos abajo a cubrir la entrada mientras los demás suben”.

Una hora más tarde, los Talen seguían escondidos en la noche extraterrestre, que era un poco menos oscura que la de la Tierra, y tenía un brillo morado muy tenue que hacía que el planeta entero se viera como iluminado con luz negra. 

En la calma de la noche, los cuerpos de los humanos eran lo único que se movía mientras inhalaban y exhalaban dentro de sus trajes espaciales.

“Jorge, ¿cuánto más tendremos que esperar? Estaremos mucho más expuestos una vez que amanezca”, preguntó Damián un poco impaciente. 

“Voy a pedir un informe. Esperen”, anunció el comandante.

Pero los primeros rayos del sol Dalki se asomaban por el horizonte, y todas las criaturas que dormían mientras ellos llegaron comenzaron a despertar. Las plantas comenzaron a aumentar de tamaño, y lo que antes parecían rocas comenzaron a moverse y a sacar un vapor amarillo muy denso.

“¿¡Qué está pasando?!”, dijo Enriqueta, angustiada por el despertar del planeta que parecía detectar a los invasores humanos. 

“¿Esas plantas están… acercándose a nosotros?”, preguntó Dinorah. 

“¡Lo lograron!”, anunció Jorge con un grito. “Prepárense para escapar. El resto de la unidad viene bajando, y los Dalki los acaban de detectar”.

En medio de disparos de rayos azules, el resto de la unidad de cadetes de primer año salía por una ventana unos cuantos metros arriba de sus cabezas. Los arneses integrados a sus trajes les permitieron bajar suspendidos de cables altamente resistentes. Jorge, los Talen y el resto de la unidad de vigilancia los cubrían disparando rayos rojos.

Cuando todos estuvieron afuera, comenzaron a correr hacia sus naves. “¡Oscar, prepara la nave para el despegue, tenemos fuego enemigo muy cerca! ¿Oscar? ¿Me escuchas?”, dijo Jorge, angustiado por el silencio que había reemplazado la voz de su piloto, que hacía media hora había respondido como si estuviera al lado de él.

“¡Vamos por donde están esas rocas! Son suficientemente grandes para escondernos, tal vez los perdamos”, dijo Dinorah. Cada unidad tomó un camino diferente dentro del paisaje de rocas gigantes que parecían cuarzos gigantes. 

“¿Creen que haya funcionado? Ya casi no escucho nada”, dijo Damián después de unos minutos. Todos se detuvieron para comprobarlo y recuperar el aliento. 

“¿Por qué nos dejaron de seguir de repente? Tampoco nos escondimos tan bien”, dijo Dinorah con un mal presentimiento. 

De pronto, Damián sintió algo que envolvía su pierna. “Las plantas. ¡Saben que estamos aquí!”. Jorge, Dinorah y Enriqueta se apresuraron a ayudar a Damián mientras las piedras de alrededor soltaban grandes cantidades de vapor amarillo, mucho más denso que antes. 

“¡Esas criaturas están enviando señales de humo! Será cuestión de minutos para que nos encuentren. Vamos, ¡tenemos que soltarlo!”, gritó Jorge mientras apuntaba su arma hacia la planta que había envuelto una liana alrededor de toda la pierna de Damián. 

Dinorah intentó detenerlo inmediatamente. “¡Espera, puedes perforar su traje!”, gritó.

Pero la advertencia salió de su boca demasiado tarde. El disparo logró liberar a Damián pero también hizo un agujero en su traje del tamaño de una moneda, lo suficientemente grande como para que el oxígeno escapara rápidamente. En unos cuantos minutos, Damián moriría asfixiado en un planeta extraterrestre y ellos serían capturados.

“Tienen que irse”, dijo Damián con el poco aire que le quedaba. “Amor, tienes que salvarte, y al resto de la unidad también, no tienen mucho tiempo, ¡corran!”.

Pero Dinorah se rehusaba a aceptar que el hombre al que amaba le fuera arrebatado de una manera tan simple. “No. No te dejaré”, dijo mientras soltaba los seguros de su casco.

Damián miró con tristeza los ojos determinados de Dinorah. “Amor, no lo hagas. No vale la pena”.

“Claro que vale cualquier pena que venga sobre mí”, dijo Dinorah. La mano de Jorge la detuvo justo antes de que ella levantara el casco.

“¡¿Qué diablos estás haciendo?! ¿Quieres morirte junto a él o algo así? ¿Es una basura de gesto romántico? Sé que es tu esposo pero no puedes hacer esto”.

Pero Dinorah le quitó la mano lentamente. Su actitud era extrañamente serena. “Y no hay tiempo para seguir escondiéndose”, dijo. Un segundo después se quitó el casco, y para sopresa de todos, menos de Damián, no se asfixió; ni siquiera parpadeó. Después se agachó y le quitó el casco a Damián, quien luchaba por unas cuantas partículas de oxígeno.

Todos observaban aterrorizados en la luz tenue del escondite mientras los ojos de Dinorah se volvían rojos y brillantes, y unos colmillos afilados salían de su boca. Sólo tomó unos cuantos minutos, pero quienes observaban no lo olvidarían nunca. Dinorah se acercó a Damián, quien la miró con una sonrisa, y con una fuerza salvaje mordió su cuello. La sangre de la vena yugular de Damián salió disparada y mojó la arena que parecía ser diez por ciento diamantina.

Después, Dinorah mordió su propia muñeca, y le dio a beber a su esposo unas cuantas gotas de su propia sangre. Era un espectáculo totalmente primitivo que sus compañeros sólo verían una vez en sus vidas en la superficie de un planeta extraterrestre. 

Damián se convulsionó durante casi un minuto, soltando gritos de agonía y con movimientos dignos de una película de exorcismos. Después, todo se detuvo. La piel de Damián ahora era muy pálida, pero debajo de ella sus músculos habían crecido casi el doble, y sus huesos se habían reforzado tanto como el hierro terrestre. Damián abrió los ojos de golpe.

Un par de disparos azules impactaron las rocas cercanas, y todo el equipo comenzó a correr. Damián era el que corría más rápido, y con una fuerza sobrehumana movió una roca enorme que estaba en el camino. Cuando todos pasaron, la aventó para bloquearle el camino a los Dalkis que los perseguían. Un par de minutos después, la nave piloteada por Oscar se asomó en el horizonte, y los cadetes supieron que se habían salvado.

(Pausa)

Unas semanas más tarde, de regreso en la Tierra, los Talen miraban la televisión en la sala de su casa. En ella se mostraba una gran ceremonia en la que se reconocía a los valientes cadetes que habían logrado la victoria tras uno de los ataques mejor coordinados que había enfrentado la humanidad.

“Si no hubiera sido por ustedes, por toda la unidad, tal vez la humanidad estaría esclavizada ahora mismo. Como recompensa les permitiremos vivir escondidos. Nadie los cazará, ni sabrá lo que realmente son”, les había dicho el General Orozco a los Talen unos días atrás. “Perdonaremos su vida, y su aterradora identidad. Nuestra deuda está pagada”.

El resto de los cadetes de su unidad estaban recibiendo medallas en la televisión, pero a Dinorah parecía no importarle. “¿No te molesta que nos dejen de lado de esa manera?”, le preguntó su esposo.

“De hecho creo que es lo mejor que nos ha pasado”, respondió ella. Damián la miró confundido.

“Estoy embarazada”, anunció Dinorah. La cara de Damián cambió por completo. Sentía que podía levitar a lo más alto de una montaña y darle diez vueltas al volcán más cercano. El éxtasis de tener su propia familia lo envolvió y no lo abandonaría por el resto de su vida.

“¿Y qué nombre le pondremos al pequeño vampirito?”, preguntó Damián. 

“Qué tal… ¿Diego?”, respondió ella. “Diego Talen”, dijo el orgulloso padre. “Me gusta”.

Los Talen eran más felices que nunca. Pero no sabían que los horrores de la guerra les deparaba algo mucho más difícil. 

Tampoco sospechaban que su hijo, Diego, estaba destinado a jugar un papel muy importante en el futuro del planeta, y tendría que hacerlo con muchísimas cosas en su contra. El único aliado con el que contaría sería aquella reliquia familiar en forma de libro que Dinorah y Damián recibieron el día de su boda.

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